Hombre de oración (segunda parte)

HOMBRE DE ORACION. (continuación).

Es preciso hacer algo para decir y manifestar el amor a Dios. Se puede, simplemente y con sencillez, repetir sin cesar: "Jesús, yo te amo, yo confío en Ti". Y repetirlo miles de veces con amor o, al menos, con buena voluntad, aunque no se sienta nada. El Padre Dios se sentirá feliz y, el día y la hora que menos pensemos, nos hará sentir su paz y su amor. Lo importante es querer orar, estar con Él, lo cual es ya una buena oración. He aprendido por experiencia que hay que dedicar tiempo a la oración. Si se quiere progresar en el amor, hay que buscar tiempo para estar a solas con Él.

Recuerdo que, después de un retiro espiritual, tomé la decisión de retirarme todas las mañanas una hora a orar yo solo. Para ello tuve que renunciar a muchos compromisos y a emplear mi tiempo en otras cosas útiles. Creo que fue una de las decisiones más importantes de mi vida. Observé que podía hacer más cosas de las que hubiera hecho sin oración. El tiempo de oración no era tiempo perdido para el apostolado, pues lo importante no es tanto la cantidad de tiempo empleado, sino la calidad de tiempo. Y podía dar más amor, porque hacía más oración.

Algunos parece que le miden el tiempo a Dios. Incluso, hay quienes dicen que están todo el día en oración, porque todo el día están haciendo cosas para Él. Pero eso no basta, si falta amor. Orar es hacerle compañía para consolarlo. Como aquel campesino que decía: Yo lo miro y Él me mira. Y, sin palabras, se decían que se amaban. Orar es conversar con el amigo que nos comprende, con el Padre que nos escucha para darnos lo que necesitamos.

Orar es demostrarle nuestro amor. Como aquel volatinero que daba saltos y saltos por los pueblos para alegrar a la gente. Un día, cansado de esa vida, quiso entrar en un convento y fue aceptado por su buen corazón. Pero, cuando los monjes iban a la Iglesia a rezar en sus grandes libros, él estaba triste, porque no sabía leer y debía estar callado sin cantar las alabanzas a Dios. Un día, cuando todos estaban dormidos, fue a la capilla y le dijo: "Señor, tu sabes que yo no sé leer, pero te amo y te lo quiero demostrar con mis saltos y piruetas, como cuando hacía reír a la gente. Quiero alegrarte, Jesús, y voy a hacer un programa para ti solo". Y así empezó su sesión de saltos y más saltos para alegrarlo. Pero el Superior escuchó ruidos y fue a la capilla. Y, cuando le iba a llamar la atención, vio que Jesús se sonreía desde su imagen y entendió que estaba contento de aquella sencilla manera de orar y demostrarle su amor.

Orar no es decir palabras bonitas, sino manifestar humildemente nuestro amor. Como aquel campesino que todos los días llevaba su librito al campo para orar en los momentos de descanso. Pero, un día, se olvidó y se sintió triste, porque ese día creía que no podría orar, porque era muy ignorante y no tenía palabras bonitas para decirle a su Dios. Pero con humildad le dijo: "Señor, tú conoces las oraciones, yo te voy a recitar las letras del alfabeto y tú juntas las letras y compones las oraciones bellas que yo quisiera decirte". Y empezó simplemente a recitar varias veces el alfabeto: A, B, C, D, E, F, G, H, I, J... Y Dios se sintió muy contento de su oración, pues la hacía con mucho amor y Dios no mira tanto lo que decimos, sino el amor con que lo decimos. (continuará).

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