La grandeza de lo pequeño

Desde hace poco, estoy ayudando a un compañero oblato en su trabajo. Este consiste en una cosa que es tan sencilla como bonita. Todos los miércoles por la mañana reune en su parroquia a un grupo de unos quince o veinte niños para hacer un ratito de oración antes de ir al colegio.

Llevan ya más de un año teniendo este sencillo gesto con Dios.

No son los mismos niños cada semana, ni son de la misma edad, unos vienen solos, otros vienen con las madres, otros vienen tarde con los ojos medio pegados por el sueño, pero ahí están, queriendo saludar al Señor todos los miércoles a las 8.30 de la mañana.

Yo voy con la guitarra para hacer algún canto con ellos. Ese encuentro tiene una estructura sencilla: la bienvenida, una pequeña oración que leemos juntos (y que cada semana cambia) y una canción.

A veces, cuando hablamos de música cristiana, podemos pensar en conciertos, en grandes multitudes, en grabas CDs, en un montón de artilugios y elementos de sonido, en la venta de entradas, en festivales multitudinarios, en compartir escenario con artistas importantes... y todo eso está muy bien si es para hablar de Jesús; pero todo eso necesita una raíz.

Esa raíz está en cosas parecidas a esta oración matinal con niños. Todos debemos aprender a encontrar la grandeza de la música cristiana en cosas tan sencillas como una simple canción, en una capilla sencilla con un grupo de niños que se han levantado 20 minutos antes que otros días para saludar a Jesús.

Sin esa raíz, nuestra actividad no tiene sentido, nuestro apostolado se puede convertir en un acto de egocentrismo, nuestra misión en una mera campaña publicitaria. En la grandeza de lo pequeño encontramos la mejor tierra para que el Señor siga actuando y nos lleva adonde él quiera.

Todos nosotros somos ese niño que se levanta antes para encontrarse con el Salvador.

Comentarios